Cuarto domingo de Cuaresma
San Pablo nos dice en su carta a los Efesios que somos salvados a través de la gracia. Las acciones de Dios de enviar a su Hijo a morir por nosotros y resucitar a Jesús de entre los muertos muestran el amor que Dios tiene por nosotros. Proviene enteramente de Dios. Somos salvados por nuestra fe en Jesús, pero incluso esa fe viene de Dios. Así que, cuando Pablo dice que nadie puede presumir sobre ser salvado, quiere decir que no podemos sumar las buenas obras como puntos de recompensa para el cielo. También quiere decir que no podemos presumir de nuestra fe porque podemos recitar el credo o irnos al altar cuando nos inviten. Entonces, si ser salvado no es cuestión de decir las cosas correctas o hacer buenas obras, ¿qué es?
La respuesta viene del evangelio. Jesús nos dice que será levantado, o crucificado, para que podamos creer en él y obtener la vida eterna. Ten en cuenta que no da una lista de hechos acerca de Dios que debemos creer. Cuando “creemos en” alguien, ponemos nuestro amor y confianza en esa persona. Queremos estar con esa persona lo más posible. Sabemos que somos amados y por eso respondemos dando amor. Nuestra respuesta de amor no es sólo un sentimiento de felicidad. Nos inspira a dejar de ser egoístas y empezar a darnos cuenta de que los demás necesitan nuestra ayuda. Jesús lo describe como vivir en la luz: no nos avergonzamos de ayudar a alguien, perdonar a alguien o consolar a alguien. Si bien no imponemos nuestra fe a los demás, tampoco la ocultamos. Nuestra vida está en la luz, abierta a cualquiera que quiera ver lo que Dios ha hecho por nosotros.
Eso nos lleva de nuevo a la pregunta sobre la salvación: no es algo que hacemos o decimos. Es lo que Dios hace por nosotros. Nuestra respuesta de fe también es su don. Entonces, cuando reconocemos todo lo que Dios ha hecho por nosotros y creemos en su Hijo Jesús, el Espíritu nos guiará a vivir esa fe y compartirla con los demás.
Tom Schmidt