La semana pasada escuchamos a San Pablo decir que se había hecho todo a todos. Esta semana escuchamos que intentó dar gusto a todos. Para los oídos modernos, esto suena más a un vendedor de autos usados, que tiene una oferta apropiada para cualquier comprador. Pero eso no era lo que Pablo quería decir. La clave del estilo de vida de Pablo es la última línea de la segunda lectura: “Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”. (1 Corintios 11,1)
¿Recuerdas cuando Pablo todavía era Saulo, el judío que perseguía a los cristianos? Cuando le cayó un rayo, no escuchó un trueno, sino la voz de Jesús, que le preguntó por qué Saulo lo perseguía. Más tarde, Pablo comenzó a comprender que todos los cristianos constituyen el cuerpo de Cristo. Como miembros de ese cuerpo, podemos mostrar a otros cómo es Jesús con nuestro ejemplo. Parece ser un proceso de dos partes.
Primero, para mostrar a Cristo, tenemos que conocer a Cristo. Podemos hacerlo leyendo las Escrituras y orando con ellas. Podemos recibir los sacramentos con regularidad, especialmente la Reconciliación, donde experimentamos su perdón y su amor, y la Eucaristía, donde Jesús se une a nosotros, para que podamos llegar a ser más como él.
La segunda parte es actuar como Jesús. Si queremos que la gente vea a Cristo en nosotros, no tenemos que vestirnos como él ni dejarnos crecer la barba. Tenemos que hacer las cosas como las haría Jesús: perdonar a las personas que nos lastiman, cuidar a los enfermos, a los moribundos, a los pobres. No tengas miedo de contarle a la gente lo que Dios ha hecho por ti. Anima a otros a estar agradecidos por lo que Dios ha hecho por ellos. Reza con personas que tienen dificultades hablando con Dios.
Obviamente, Pablo no agradó a todos porque así no hubiera terminado su vida en la prisión. Estaba más interesado en agradar a Dios difundiendo la Buena Nueva de la resurrección de Jesús. Si podemos imitar a Pablo de esa manera, no saldremos del camino correcto.
Tom Schmidt