Trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario
Esta es la última semana que escucharemos de la carta a los Hebreos. Señala que cuando Jesús se dejó crucificar, en realidad estaba siendo sacerdote, ofreciéndose por los pecados del mundo. Jesús reemplaza a los sumos sacerdotes de Israel, cuyas ofrendas no tenían poder para perdonar los pecados. Después de dar su vida por nosotros, toma su lugar como igual a Dios. Ahora es el Sacerdote eterno, por lo que todos los clérigos desde el tiempo de Jesús son signos visibles de ese sacerdocio.
Cuando celebramos la Eucaristía, el sacrificio de Jesús está allí: el pan que es su Cuerpo se parte; el vino que es su Sangre se derrama. Estamos presentes en su muerte y resurrección, sin necesidad de un “flux capacitor” o un túnel del tiempo. En lugar de llevarnos atrás en el tiempo, nos trae su muerte y resurrección salvadoras a nosotros aquí y ahora. Su sacrificio es eterno, redimiendo todos los pecados pasados y futuros. Así que si has regresado a la Iglesia después de estar ausente durante años, no tienes que esconderte detrás del libro de cantos. Si tienes pecados que pesan en tu conciencia, Dios ya te ha ofrecido perdón. Conoce todas nuestras debilidades y nos permite aprender de nuestros errores.
La Eucaristía también nos recuerda que Jesús está presente en la gloria, está siempre con nosotros, compartiendo su sacerdocio con todos los bautizados. Nosotros también estamos llamados a perdonar, empezando por nosotros mismos. Podemos mostrar la misericordia de Dios perdonándonos unos a otros. Como Jesús vive en nosotros, ofrecemos nuestras vidas como sacrificio por los pecados, como dijo San Pablo: “Completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo” (Col 1,24). ¿Significa eso que debemos buscar formas de sufrir? No, significa que el sufrimiento que no podemos evitar puede convertirse en ofrenda a Dios, una forma de tomar nuestra cruz como lo hizo Jesús y una forma de experimentar el poder de Dios en la debilidad.
En la Eucaristía, oramos con el sacerdote: “para que mi sacrificio y el tuyo sean agradables a Dios…” Todos los sacrificios que hacemos, desde aceptar una enfermedad grave hasta renunciar a algo durante la Cuaresma, son formas en las que participamos en el sacerdocio de Cristo.
Tom Schmidt