Últimamente me ha llamado mucho la atención la realidad de quienes presenciaron los milagros que Jesús realizó en los Evangelios. ¡Qué sorprendidos debieron estar los discípulos al ver a Jesús resucitar a alguien de entre los muertos! ¡Qué atónitos debieron estar la muchedumbre al ver a un hombre lisiado simplemente levantarse y caminar! ¡Sin duda, no ves esas cosas todos los días!
El nacimiento de Cristo también es un acontecimiento asombroso, pero hemos escuchado la historia tantas veces que puede parecernos común y corriente. Repasemos esa gloriosa noche para recordarnos lo extraordinaria que fue...
Imagina que eres uno de los pobres pastores que intenta vigilar a sus ovejas a pesar de la hora avanzada, cuando de repente la noche se convierte en día. Fue como si se prendiera la luz mientras “la gloria de Dios” brilla a tu alrededor. Y como si eso no fuera lo suficientemente sorprendente, un ángel aparece al mismo tiempo y comienza a hablarte. ¡Estás aterrorizado! Pero tu miedo te abandona tan pronto como surge ante las palabras tranquilizadoras del ángel: “No teman”.
Luego el cielo y la tierra se unen en una celebración por el tan esperado cumplimiento de la promesa de Dios. “De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ‘¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!’” Levantas la mirada hacia arriba y contemplas a todos los ángeles en el cielo con los ojos (y la boca) abiertos por el asombro. No te queda nada más que hacer que unirte a los ejércitos celestiales alabando y glorificando a Dios. ¡Tu corazón se siente como si fuera a estallar de alegría!
Estas personas sencillas fueron elegidas para ser los primeros testigos de la Natividad del Hijo de Dios. Fueron a ver al niño Jesús, sabiendo exactamente qué esperar: “Encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Era un lugar que conocían y entendían bien, un área llena de animales, olores y paja. Era un lugar incómodo, sucio y frío. Sin embargo, Dios eligió a su Hijo para que naciera en este lugar inhóspito. Nació por ti y por mí. Esto debería dejarnos asombrados y hacernos caer de rodillas. En su humildad y su divinidad, vamos y adorémosle.