María y José acababan de experimentar la peor pesadilla de todo padre: su hijo se desapareció por TRES DÍAS, mientras lo buscaban, preguntaban por él y volvían a seguir los pasos de su viaje. Imaginen su alivio cuando regresaron al Templo y por fin lo vieron. Seguramente corrieron hacia él con alegría y exasperación, solo para escuchar su respuesta: “¿Por qué me andaban buscando?” ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!
Por supuesto que no entendieron lo que les dijo. Sus corazones habían sufrido demasiado por el miedo y la ansiedad, su imaginación probablemente había pensado en los peores escenarios, sus mentes no podían entender por qué se había separado de quienes lo amaban y habían provisto cada necesidad en cada momento de su vida hasta ese momento. Y parece dar una respuesta despectiva: “¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Como una espada en los corazones de José y María, su respuesta no parece tener en cuenta sus ansiedades. Esto es difícil de entender, tan difícil que María tiene que guardarlo para meditarlo más tarde, ya que se nos dice que ella “guardaba todas estas cosas en su corazón”. Pero él regresa a su hogar en Nazaret y les es obediente.
La Sagrada Familia no tenía un horario dado desde el Cielo. Sí, eran santos; sí, Jesús era el Hijo encarnado de Dios; sí, María no tenía pecado; sí, José era un hombre justo. Eran buenos judíos, sujetos a la ley judía y abiertos a la voluntad del Padre. Pero no sabían a dónde los llevaría la voluntad del Padre. Los llevó a Belén cuando deberían haber estado preparándose en casa para el nacimiento de Jesús. Los llevó a Egipto durante varios años para huir de la furia asesina de Herodes cuando quisieron regresar a casa con su bebé. Los llevó de regreso a Nazaret por fin, donde criaron a un niño que sabían que era el Mesías. Y los llevó a un doloroso viaje de tres días para encontrarlo en el Templo.
¿Qué requirió esto de ellos? Lo mismo que requiere de nosotros: la confianza amorosa. Ellos son para nosotros el modelo de una vida de amor y confianza, de obediencia y paciencia, de gran fe, esperanza y humildad, sabiendo que la voluntad del Padre es siempre para nuestro bien, incluso cuando es difícil.
Oremos por la gracia de seguir sometiéndonos a la voluntad del Padre, especialmente cuando es difícil de entender, cuando parece que otra cosa sería mejor, cuando nos cuesta. Es entonces cuando nuestra confianza se profundiza y nuestro amor crece.