Primer Domingo de Adviento
¿Qué tan bueno es suficientemente bueno? ¿Hay que ser perfecto para llegar al cielo? En la segunda lectura hoy, parece que Pablo cree que sí cuando nos dice que seamos “irreprochables en la santidad” (1 Tes 3,13). De hecho, les dice a los tesalonicenses, que ya están agradando a Dios, que hagan aún más (4,1). Ahora bien, Pablo nunca se consideró perfecto: “Me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo” (2 Cor 12,7-9). Pero incluso con su debilidad, Pablo siempre hizo lo mejor que pudo. Entonces, ¿qué debemos esforzarnos por lograr? Tal vez podamos tomar una pista de la frase “conserve[n] sus corazones”.
Pensemos en los atletas que intentan hacer lo mejor que pueden. Un gran jugador de béisbol practica bateo todos los días para mejorar su promedio. Un jugador de tenis practicará su servicio para obtener más ases. Un jugador de hockey seguirá patinando durante el verano para ser más rápido. Los buenos deportistas siempre están buscando maneras de mejorarse. Se mantienen en forma para ser más fuertes, más rápidos, más inteligentes. Entonces ¿cómo debe ser para los buenos cristianos? Capaz esa misma actitud es lo que Pablo quiere decir con “conserve[n] sus corazones”. Y el Adviento es un buen momento para empezar.
Al prepararnos para celebrar la venida del Señor, podemos ponernos en forma espiritual. La lectura espiritual puede darnos una vida de oración más fuerte. Pero, al igual que el atleta que puede leer sobre las reglas o estrategias del deporte, obtenemos una vida de oración aún más fuerte al rezar de verdad. Si la lectura espiritual sólo nos hace sentir bien, es posible que estemos perdiendo el tiempo. Ojalá, nos lleve a intentar rezar con más frecuencia y con más seriedad. Del mismo modo, podemos leer sobre el voluntariado para alimentar a los pobres, pero comprometernos a hacerlo es lo que fortalece el corazón. ¿Y cómo podemos ser “irreprochables en la santidad… hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús”? No presumiendo de nuestra bondad, sino confesando lo que hemos hecho mal. Solo el perdón de Dios puede hacernos irreprochables. Entonces, como dice el Evangelio, podremos “comparecer seguros ante el Hijo del hombre” (Lc 21,36).
Tom Schmidt