Trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Siempre pensé que Elías tuvo mucho valor para pedirle comida a esa mujer pobre. Aunque, durante una larga sequía, ella sólo tiene un poco de comida para darle a su hijo, todavía le pide que le haga un pequeño pastel para él. Sería más fácil de entender si escucháramos el versículo anterior a esta lectura: Dios le dice al profeta que ha “ordenado a una viuda… que te alimente” (1 Reyes 17,9).
Ahora bien, la viuda no sabía de esta orden pero hace lo que Elías le pide de todos modos. Eso requirió aún más fe de la que Elías demostró. Ella tenía temor por sí misma y por su hijo pero tuvo suficiente fe para arriesgar lo último que le quedaba de comida para ayudar a otra persona. Ella nos demuestra que estamos obedeciendo los mandatos de Dios cuando confiamos en él. La mayoría de esos mandatos no provienen de una visión, sino del grito de ayuda de otra persona.
Me pregunto cuántas personas buenas han dejado pasar la oportunidad de hacer la voluntad de Dios porque no escucharon qué deberían hacer directamente de Dios. Cuando escuchas que un tornado destruyó un vecindario cercano, ¿escuchas a Dios pidiéndote ayuda? ¿Escuchas la voz de Dios cuando lees en el boletín que necesitan comida para la despensa de alimentos para los pobres? Cuando una tormenta corta la electricidad en tu cuadra, ¿crees que Dios te está pidiendo que vayas a ver cómo está la viuda anciana que vive al lado?
Y si escuchas a Dios llamándote en estos ejemplos, ¿cómo respondes? Puedes ser como los ricos del evangelio y simplemente dar el diez por ciento. ¿O tienes la fe de la mujer cuyos pocos centavos eran todo lo que tenía? Se requiere mucho valor para confiar completamente en Dios. ¿Tienes suficiente?
Tom Schmidt