Si bien el Adviento es un momento hermoso para prepararse para la venida del Señor, a menudo nos envolvemos tanto en todas las preparaciones para la Navidad que nos olvidamos por completo del Adviento. Las lecturas de hoy nos recuerdan que, a pesar del estrés que podamos sentir al pensar en lo cerca que está la Navidad, estamos llamados a regocijarnos porque el Señor está cerca.
El estrés que sentimos puede deberse al miedo: miedo de no poder terminar las compras antes de la Navidad, miedo de que a la gente no le gusten los regalos que he comprado o miedo de olvidar a alguien que debería estar en mi lista. Pero, ¿alguna vez has notado que es mucho más fácil cuando tienes a alguien que te acompaña en las compras, o te ayude a escribir las tarjetas navideñas o a decorar el árbol? “[D]a gritos de júbilo… No temas”, dice el profeta Sofonías en la primera lectura (Sofonías 3,14). Nos dice que el Señor no viene a castigarnos por esperar hasta el último minuto para poner el árbol. El profeta dice que el Señor está en medio de nosotros, no estamos solos. “[H]a expulsado a todos tus enemigos” (Sof 3,15), enemigos como el miedo, las dudas y la soledad.
Y como si eso no fuera suficiente, dice que el Señor se goza y se complace en nosotros. ¿Cuántas veces te has preguntado si podrías pedirle ayuda al Señor? Sofonías nos recuerda que le da gusto al Señor ayudarnos. Y San Pablo dice lo mismo en la segunda lectura: “No se inquieten por nada; más bien presenten… sus peticiones a Dios” (Flp 4,6). Ahí es donde entra en juego el Adviento. Podemos anticipar la presencia del Señor en nuestras vidas. Podemos estar seguros de su amor por nosotros. Es por eso que la fe y la esperanza son centrales al tema del Adviento. La fe en el amor que Dios tiene por nosotros nos da la esperanza de que nos apoya en la debilidad y nos llena con la misma alegría que Él tiene por nosotros.