Cuarto Domingo de Adviento
¿Alguna vez te han dicho que debes “pensar antes de hablar”? Parece que Natán había hablado muy pronto cuando le dijo a David que hiciera lo que quisiera para construir una casa para el Señor. Estaba portándose respetuosamente con su rey y parecía una buena idea. Pero más tarde esa misma noche el Señor le concedió un mensaje para David: el Señor no necesitaba que nadie le construyera una casa; Dios haría que la casa de David (en el sentido de familia o descendientes) durara para siempre.
Como profeta, se esperaba que Natán hablara de parte del Señor. Cuando finalmente escuchó al Señor, entendió el mensaje correctamente. Y eso puede ser una lección para nosotros. En lugar de simplemente pensar antes de hablar, podría ser una buena idea rezar antes de hablar.
¿Cuántas veces hemos dicho algo con ira (o por egoísmo, miedo o cualquier sentimiento fuerte) que quisiéramos poder retractarnos? Si pensamos antes de hablar, podríamos simplemente racionalizar lo que queríamos decir al inicio. Pero si nos tomamos un tiempo más para presentarle nuestros sentimientos a Dios, pedirle que nos guíe y escuchar lo que Dios quiere que digamos, las cosas podrían resultar mucho mejores.
Dios también puede sorprendernos si le damos la oportunidad. El reino (“la casa”) que Dios estaba prometiendo no era político, sino universal. Jesús cumple esta promesa como Hijo de Dios que vino a proclamar el Reino de Dios. El mismo Jesús rezó al Padre muchas veces en su vida.
Nosotros podemos hacer lo mismo. Rezamos antes de comer, ¿Por qué no rezar antes de ir al trabajo? Podemos rezar antes de tomar decisiones sobre nuestra familia, comprometernos al matrimonio, aceptar un nuevo trabajo, comprar una nueva casa/carro/TV de alta definición, etc. Cuando un amigo o familiar necesita alguien con quien hablar, podemos rezar para que le escuchemos atentamente y luego decir lo que Dios quiere que le digamos a nuestro amigo. Cuando lamentamos haber lastimado a alguien, podemos rezar para pedir perdón e incluso escuchar a Dios para saber qué podemos hacer para compensarlo. Si tenemos la fe suficiente para dejar que Dios guíe nuestras vidas, tomemos tiempo en oración para escuchar sus indicaciones.
Tom Schmidt