Quinto domingo de Pascua
En la lectura de la primera carta de San Juan, habla de que nuestra conciencia nos reprocha. (1 Juan 3,20) Se refiere a la vergüenza que sentimos cuando hacemos algo pecaminoso. Cuando dice que Dios es más grande que nuestra conciencia, quiere decir que incluso cuando sabemos que hemos pecado, incluso si nos sentimos indignos de ser perdonados, Dios sigue siendo un Dios que perdona, que no espera que seamos “dignos”. Él espera pacientemente que le pidamos su misericordia, que queramos su perdón. Entonces, cuando confesamos nuestros pecados, no debemos dudar de que somos perdonados.
Pero a veces sentimos vergüenza cuando no hemos hecho nada malo. Puede ser algo sencillo, como estornudar durante un momento de silencio en la sinfonía. O puede ser algo más serio, como cuando lastimas a alguien por equivocación. En estos momentos es bueno recordar que Dios sabe lo que pasó y todavía nos ama.
La mejor manera de recordar esto es vivir como Dios manda, amando a Dios y al prójimo. Si crees en Jesús, amas a Dios porque confías en que Dios envió a su Hijo para salvarnos. Entonces sabemos que Dios nos perdona incluso antes de que se lo pidamos. Si amas a tu prójimo, entonces te acercas a la persona que has lastimado, en lugar de esconderte avergonzado, e intentas ayudarla.
Cuando dejamos de vivir avergonzados y comenzamos a vivir en el amor, sabemos que el Señor vive en nosotros. Y como señalan tanto la segunda lectura como el evangelio, podemos pedir lo que necesitemos y recibirlo. Porque cuando Dios vive en nosotros y nosotros vivimos en él, no vamos a pedir nada trivial o egoísta. Su Espíritu nos enseña cómo orar con confianza y fe. Oramos como Jesús enseñó en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad”. Nuestro amor y confianza en Dios nos ayudarán a aceptar cualquier cosa que Dios nos mande en el camino.
Tom Schmidt