Jesús se estaba volviendo muy popular, al menos entre la gente común. Habían visto cómo curaba a los enfermos y expulsaba demonios. El evangelio tiene una frase inusual sobre esos demonios: Jesús no les dejó hablar “porque sabían quién era él”. (Mc 1,34) Al parecer, los demonios lo habrían identificado como el Hijo de Dios. Jesús sabía que la gente no entendería esto y trataría de proclamarlo como su rey. Jesús no tenía ninguna intención de vivir como un rey mundano, en comodidades y riquezas. De hecho, vino para liberar a la gente de la necesidad de riqueza y poder.
La popularidad y la riqueza tampoco interesan a San Pablo. Cuando predica el evangelio, la buena nueva de la resurrección de Cristo (y la nuestra), no necesita otra recompensa. (1 Cor 9:18) Lo único que quiere es compartir la vida eterna. Se niega específicamente a que le paguen por su predicación, para demostrar que será recompensado por Cristo.
Entonces, ¿qué esperas? ¿Cuál es tu objetivo en la vida? ¿Te sientes seguro solo cuando has ahorrado suficiente dinero y lo hayas invertido sabiamente? ¿Necesitas que otras personas te hagan feliz? ¿O al menos unos cientos de amigos en el Facebook? ¿O eres como Job en la primera lectura: sin esperanza de escapar de una vida monótona? Finalmente descubrió que sólo confiando en Dios uno puede ser feliz, incluso cuando las cosas van mal.
Podemos seguir el ejemplo de Pablo de amar a todas las personas, sin importar quiénes sean. El amor de Pablo no era hacer que otros fueran como él. Realmente quería llevarles la buena nueva: con su amor por ellos, Pablo demostró que Dios los ama aún más. Sabía que el evangelio requiere un cambio de corazón y su amor por los demás los ayudó a estar más abiertos al cambio. Pidamos al Señor que nos llene de su amor, para que podamos ayudarnos unos a otros a escuchar la buena nueva.
Tom Schmidt