Vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario
San Santiago exagera un poco cuando describe cómo la gente saluda a los visitantes o a los nuevos miembros de la Iglesia. Ojalá nadie fuera tan obvio al tratar mejor a los miembros ricos que a los pobres. Lamentablemente, el prejuicio es un pecado prevalente el día de hoy igual como lo fue hace 2000 años. Hoy día tenemos leyes para los negocios y el gobierno para prevenir el prejuicio, pero las formas más sutiles de juzgar a las personas por su raza, vestimenta, habla, religión, etc. a veces se esconden detrás del patriotismo, la fe o el deseo de proteger a la familia. Entonces, ¿cómo podemos pararlo?
Una razón para el prejuicio es la ignorancia. Algunas personas creen cualquier cosa que escuchan o leen, especialmente si lo ven por Internet. Cuando recibes un correo electrónico que dice que los "verdaderos estadounidenses" son cristianos blancos de habla inglesa, lo más seguro es que haya algún prejuicio detrás. La única forma de luchar contra la ignorancia es con la verdad. Jesús mismo dijo que la verdad te hará libre. (Jn 8,32) Ignoró las leyes/tradiciones que decían que no se puede asociar con gente impura, gentil o pecadora y nos dijo que Dios ama a todas las personas, incluso a los pecadores, así que, ¿qué derecho tenemos de juzgar a alguien sólo porque es diferente?
Una segunda razón para el prejuicio es el miedo. Nos dicen que ciertos vecindarios son peligrosos. O una adulta mayor ve a tres adolescentes caminando por la calle y debido a su miedo, piensa que podrían ser pandilleros. A veces el miedo nos impide ayudar a los necesitados. Pero acuérdate cuántas veces Jesús nos dice en los evangelios: “No tengan miedo”.
Si podemos aprender a ver a Cristo en todas las personas, independientemente de su raza o estilo de vida, estamos comenzando a dejar atrás los prejuicios. Si enseñamos a nuestros hijos a respetar a los pobres, los discapacitados, y la gente sin hogar, podemos ayudarlos a comprender lo que quiso decir Santiago cuando dijo que “ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino” (Sant 2,5).
Tom Schmidt